Mérida (Yucatán) es uno de los pocos rincones de México donde se presume que allí no pasa nada. En un país con casi un centenar de homicidios, decenas de miles de desaparecidos, narcomantas, enfrentamientos a balazos, un eslogan como este es un atractivo turístico e inmobiliario que pocos se pueden permitir. Mérida no ocupa las portadas de la prensa nacional, cuenta con casi un millón de habitantes y una de las tasas de criminalidad más bajas del país. La ciudad colonial yucateca fue una de las pocas que mantuvo un toque de queda estricto por la crisis sanitaria y después de las 11 de la noche no había ni un alma en sus calles de casas colores pastel. “El lugar más seguro de México”, repiten empresarios y alcaldes. Pero la burbuja del paraíso se pinchó a finales de julio. La misteriosa muerte de José Eduardo Ravelo, de 23 años, tras una violenta detención policial ha reabierto el debate sobre los abusos de las autoridades y le ha recordado a México que el horror y la impunidad pueden llegar a cualquier rincón de la República.
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