El jueves por la mañana, cerca de la puerta Abbey del aeropuerto de Kabul, la marea de personas que había acudido casi era aún mayor que en días atrás. Las advertencias de las autoridades estadounidenses, que aseguraban que había muchas posibilidades de que se produjera un atentado terrorista que acarrearía muertes, no evitó que miles de afganos trataran, junto a sus familias, como vienen haciendo desde hace más de una semana, de entrar al recinto del aeródromo desde ese lado. Cada vez era más difícil y arriesgado.
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