La casa parece una nave espacial hecha de hormigón. Como si hubiera aterrizado en Coyoacán, al sur de Ciudad de México, y se hubiera cubierto de enredaderas, cactus y nopales, hubiera atraído el pulular de un perro xoloescuincle y con él, los libros, las máscaras y las pirámides de roca. El taller está nada más entrar, a la derecha; ahí un equipo de artesanos suelta polvo y ruido mientras paramenta unos bloques de piedra. Los dejan lisos, derechos. Más tarde los convertirán en cuadrados y más tarde serán unos labios, un mentón, quizás un ojo. Juntos —todos, son muchos, 150 exactamente— serán Tlali, la escultura que va a sustituir a la de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma de la capital; la obra que ha colocado, después de décadas de trabajo, en la mira pública al artista mexicano Pedro Reyes.
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