Las jornadas laborales eternas y los contratos que obligaban a los artistas a rodar una película tras otra, fue la realidad que muchas estrellas vivieron en la Era Dorada de Hollywood. Y cada vez que me adentro en una historia de esta época, encuentro anécdotas similares de actores y actrices que brillaban delante de la cámara pero detrás vivían un tormento propiciado por los barbitúricos, el alcohol y el agotamiento extremo forzado por los jefes de los estudios o la presión de la industria. Pero entre todas estas leyendas hay un nombre que se repite: el Dr. Feelgood, el traficante secreto de las estrellas.
En los años 30, los actores de éxito infantiles como Judy Garland trabajaban hasta 18 horas al día, seis días a la semana; mientras muchas actrices adultas vivían bajo el escrutinio constante de la prensa y la industria. Desde el control físico cuidando la figura y el peso (Garland pasó todo el rodaje de El mago de Oz a base de sopa de pollo y café para mantenerse delgada), al control personal de los estudios que mantenían una atenta mirada sobre las relaciones que sus estrellas mantenían -ya les conté la historia de William Haines a quien exigieron que se casara con una mujer para tapar su homosexualidad- y, por supuesto, la presión constante de cumplir con el contrato sin descanso. Así fue cómo muchas estrellas de Hollywood -infantiles y adultas- recibían anfetaminas para mantenerse despiertos y activos durante el día, y pastillas para dormir para calmar sus efectos por las noches. Esto fue, por ejemplo, cómo la protagonista de El mago de Oz comenzó una adicción que la llevó a la tumba.
Fue mientras preparaba mi artículo sobre Hedy Lamarr -otra actriz que fue víctima de las adicciones- que descubrí el nombre del Dr. Feelgood o Miracle Max (como se conocía en Hollywood), llevándome una sorpresa enorme al indagar en su historia, tanto que aquí se las comparto.
El nombre real del Dr. Feelgood fue Max Jacobson, un médico alemán afincado en Nueva York que trató a figuras como Lauren Bacall, Indrig Bergman, Marilyn Monroe, Humphrey Bogart, Truman Capote, Cecil B. DeMille, Anthony Quinn, Elvis Presley, Hedy Lamarr, Frank Sinatra y hasta el mismísimo John F. Kennedy, entre muchos otros. Vamos, que no había quién no lo conociera.
Su poder residía en el secretismo de su fórmula y en una fama creciente entre los ricos y famosos. Atendía sobre todo a la comunidad creativa y política, y se dio a conocer por haber desarrollado una fórmula de vitaminas “milagrosa” que aportaba energía y regeneraba tejidos pero, atención, eran anfetaminas mezcladas con hormonas animales, enzimas, placenta humana, médula ósea, analgésicos, esteroides y multivitaminas. Y muchos de sus pacientes ni siquiera sabían que les estaban inyectando semejante coctel adictivo.
Se sentían liberados de dolor y depresión, eufóricos y activos, y muchos creyeron que eran vitaminas especiales como les explicaban en la consulta. Y después de convertirse en el médico que “curaba” al presidente Kennedy de sus dolores, su fama se disparó. Nacido en el año 1900, era un judío alemán que huyó de su país antes del Holocausto. Afincó su oficina en el Upper East Side de Manhattan y a lo largo de su carrera, alteró las vidas de muchas figuras del entretenimiento y la política.
“Euforia instantánea” es lo que provocaban sus inyecciones según dijo Truman Capote, como recoge el libro Dr. Feelgood de Richard Lertzman y William Birnes. “Te sentías como Superman. Volabas. Las ideas fluían a la velocidad de la luz. Pasabas 72 horas sin siquiera necesitar una taza de café… Si buscabas sexo, durabas toda la noche”.
Era un médico discreto y sus tratamientos eran instantáneos, como afirman expertos en el episodio dedicado a él en Dark Crimes. Tal era su discreción que Kennedy comenzó sus “tratamientos” con él en 1960, administrándole inyecciones para sus dolores de espalda por lesiones provocadas durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de dos años visitó al presidente en la Casa Blanca en 34 ocasiones hasta que los médicos oficiales decidieron detener sus tratamientos tras descubrir el uso inapropiado de esteroides y anfetaminas. Incluso hay quienes creen que las drogas habrían provocado efectos secundarios, como juicio nublado, nerviosismo y cambios de humor repentinos, durante la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962.
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