Si hace dos años Tapachula (Chiapas) se había convertido en una olla a presión, este sábado sucedió lo inevitable. La desesperación de los migrantes atrapados en la capital del sur de México reventó las frágiles costuras territoriales con las que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador pretendía “contener” una crisis que desde hace años se ha salido de control. La normativa de encerrar en un mismo Estado sureño a todos los que llegan, mientras las autoridades desbordadas resuelven —durante más de seis meses— sus trámites de asilo, ha provocado la primera caravana que ha nacido no en Centroamérica, como era habitual, sino en el mismo México. Y el país se encuentra de nuevo acorralado ante las presiones de Estados Unidos y el bombeo migrante que empuja desde el sur.
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