18 noviembre, 2024

La herencia maldita de los perros de Chernóbil

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Chernóbil, Ucrania, extinta Unión Soviética. 26 de abril de 1986, 1:23 am: el reactor número 4 de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin, más conocida como Central de Chernóbil, salta por los aires.

El avance descontrolado de la reacción en cadena del uranio llevó la temperatura del reactor nuclear a niveles insoportables, provocando una explosión, seguida de incendio. El blindaje del reactor no soportó y el material radiactivo escapó a la atmósfera formando una gigante y letal nube radioactiva.

Treinta y tres años después del más grave accidente nuclear de la historia, una miniserie de HBO recuenta el suceso y expone el drama de hombres y mujeres que vivieron la terrible experiencia.

La popularidad de la serie no para de crecer y, de acuerdo con la puntuación de los telespectadores en la base de datos de series y películas IMDB, los cinco capítulos de “Chernobyl” han destronado en poco tiempo a las afamadas Breaking Bad y Game of Thrones.

En la exitosa miniserie aparecen tres “aniquiladores” de animales que recorren las calles evacuadas de la ciudad de Prípiat – la más afectada por la fuga radioactiva- a la caza de animales domésticos para sacrificarlos y enterrarlos, con el propósito de impedir la propagación de la contaminación.

Pero lo cierto es que, ni la radiación se pudo controlar, ni los animales de las ciudades, aldeas y bosques aledaños pudieron ser exterminados completamente. Muchos lograron escapar a ese destino y sus descendientes deambulan hoy por los alrededores de la desactivada central nuclear en busca de comida.

Herencia radioactiva

Las sucesivas generaciones de animales expuestos a radiación aún llevan consigo restos de partículas radioactivas.

En los alrededores del área de exclusión de Chernóbil habitan casi un millar de perros callejeros que llegan traídos por la afluencia de los humanos: habitantes de la zona, investigadores y miles de obreros que trabajan en la construcción de las camadas de blindaje que se han colocado alrededor del reactor, la última de ellas conocida como el sarcófago.

Recientemente, la zona ha visto un incremento del número de turistas, llevados por agencias autorizadas.

Los especialistas recomiendan no tocar a los perros y de ser posible no acercárseles. Además de las enfermedades comunes a los animales abandonados, pueden portar partículas radioactivas en su pelaje pues resulta imposible controlar hacia dónde se desplazan, más allá de los sectores considerados seguros, y su pelo entra en contacto con el suelo, la hierba y otros ambientes aún contaminados.

Sin embargo, es necesario acotar que diferentes estudios realizados por instituciones internacionales, independientes y gubernamentales, como la Agencia para la Energía Nuclear, el Comité Científico de Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica, el Fórum de Chernóbil y Greenpeace, divergen sobre las secuelas reales de la catástrofe en la salud humana y animal.

A los efectos de la radiación liberada tras la explosión se le adjudica principalmente el aumento de diversos tipos de cáncer, principalmente de tiroides y leucemia, el incremento de cataratas y de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, los informes son unánimes en descartar mutaciones genéticas en descendientes de personas expuestas a la radiación o disminución de la fertilidad.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), pareciera no haber grandes motivos para el alarmismo en la actualidad, pues los ecosistemas que recibieron durante los primeros 10 días grandes emisiones de radionucleidos se extienden por 200,000 kilómetros cuadrados en el continente europeo, pero la mayor parte del estroncio y el plutonio quedaron depositados dentro de un radio de 100 km alrededor de la planta.

El yodo radiactivo, la mayor causa de preocupación tras el accidente, tiene un período de semidesintegración breve y “ya se ha desintegrado del todo”, apunta el informe. En el caso del estroncio y el cesio, serían de alrededor de tres décadas, y persisten y “seguirán siendo motivo de preocupación en los próximos decenios”, señala la OMS.

La situación de los perros potencialmente infectados ya había sido expuesta hace dos años en el documental “Cachorros de Chernóbil”, del cineasta estadounidense Drew Scanlon.

Mascotas abandonadas

Con un retraso de más de 30 horas después de la explosión en Chernóbil, las autoridades decidieron poner en marcha un plan de evacuación de la zona en la ciudad de Prípiat, que daba hogar a los trabajadores de la planta, a solo 3 km de distancia de la zona 0.

Los habitantes se dieron cuenta de la gravedad del accidente cuando llegaron las tropas del ejército soviético, iniciando la retirada forzosa, casa por casa.

A los desplazados se les dijo que permanecerían unos días fuera. En la huida precipitada, dejaron todo atrás, libros a medio leer, platos servidos en la mesa, fotos familiares y todo su mundo anterior. También a sus mascotas, centenas de perros y gatos prohibidos de embarcar en los vehículos.

En apenas tres horas, Prípiat se convirtió en una ciudad fantasma. Excepto por las mascotas, abandonadas a su suerte bajo la nube radioactiva.

Abandoned amusement park in the city center of Prypiat in Chornobyl exclusion zone. Radioactive zone in Pripyat city – abandoned ghost town. Chernobyl history of catastrophe. April 2019 (Photo by Maxym Marusenko/NurPhoto via Getty Images)Ver fotos
Un parque de atracciones abandonado en el centro de la otrora “ciudad nuclear” de Prípiat. En los últimos tiempos ha aumentado el número de turistas que se acerca a conocer la desoladora ciudad fantasma. (Foto: Getty Images)

“Sé que fue difícil. Así que no hay confusión: la historia de los liquidadores es real. Sucedió. Y en realidad la hemos atenuado en la historia completa. La guerra deja todo tipo de marcas. Estas fueron las cosas que a los hombres se les ordenó”, escribió.

La escritora y periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich recogió en el su libro “Voces de Chernóbil”, de 1997, toda la crudeza del exterminio de los perros abandonados a su suerte tras la explosión.

Durante 10 años, la Nobel de Literatura 2015 entrevistó a más de 500 testigos: pobladores de las zonas afectadas, bomberos, soldados y liquidadores, como se les llamó al más de medio millón de personas dedicados a minimizar los efectos del desastre nuclear.

“Los perros aullaban, trataban de meterse en los autobuses… los soldados los echaban a golpes, a patadas […] Los perros que quedaron con vida se instalaron en las casas y dejaron de confiar en el hombre. En los primeros días había muchos huevos y gallinas. Los perros y los gatos se comían los huevos; se acabaron los huevos y se comieron a las gallinas […] en cuanto desaparecieron las gallinas, los perros se comieron a los gatos”, recuenta un soldado-liquidador.

“Apañé dos brigadas, 20 hombres cada una. Recorrimos la zona durante dos meses, decenas de pueblos […] La primera vez que fuimos, nos encontramos a los perros junto a sus casas, de guardia. Esperando a la gente, se alegraban de vernos, acudían a la voz humana. Nos recibían. Los liquidábamos a tiros en las casas, en las huertas. Los sacábamos a la calle y cargábamos el volquete”, recuerda en el libro el jefe de un grupo de cazadores convocado para la liquidación.

“Actuábamos como las tropas de castigo. Como en la guerra. Llevábamos a cabo una operación militar”, explica un soldado entrevistado por Svetlana.

“Han aparecido los primeros perros lobos, nacidos de lobas y perros huidos al bosque. Son más grandes que los lobos, no temen la luz ni al hombre […], también los gatos salvajes se reúnen ya en grupos y ya no tienen miedo del hombre”, describió un periodista local a la autora.

Un nuevo hogar

La organización no gubernamental The Clean Futures Fund (CFF) juntó a voluntarios, veterinarios y expertos en radiación para desplegar un proyecto de salvamento de los perros. Una vez capturados, son estudiados, vacunados y catalogados. Antes de liberarlos nuevamente se les coloca un collar con sensores de radiación y GPS, y de esta manera, contribuyen a medir y monitorear los niveles de radiación de los lugares por donde circulan.

Controlar la proliferación de los perros en la zona a través de la castración es otra de las medidas que desarrollan desde 2017.

La ONG pretende disminuir la población canina en el área de construcción del Nuevo Sarcófago Seguro – proyectado para garantizar la contención de la radiación durante 100 años- y crear un ambiente de trabajo sano para los cerca de 3,500 empleados de la obra, aseguran.

La CCF trabaja así mismo para encontrarles un nuevo hogar a los perritos y ya fueron recogidos 12 cachorros desde el 2018 para llevarlos a EEUU, como parte de un programa de adopción que podría extenderse hasta unos 200 perros.

Según el cofundador del proyecto, Lucas Hicson, los cachorros pasan 45 días en observación, bajo control dosimétrico, y cuando reciben el certificado de buena salud, están aptos para emprender el viaje.

Los animales poseen bajos niveles de radiación, por lo que pueden ser adoptados en otras partes del mundo, aseguran, salvados para siempre del terrible destino que les tocó enfrentar.

“En cuanto a los isótopos del plutonio y al americio 241, que persistirán tal vez por miles de años, su contribución a la exposición humana es baja”, asegura la entidad.